Era una
bonita y maravillosa mañana en Queenburgo. Llegaba el verano y el sol estaba
radiante en el firmamento. Por el contrario, en el hormiguero (45º N y 23º O)
se avecinaba tormenta. Carreras en todas las direcciones, todas la obreras
revolucionadas, sostenían sus pancartas.
- ¡Reina,
levanta, ponte de ayudanta!
-
¡Menos
procrear y más trabajar!
La
manifestación de las obreras llegó a la galería de la reina, donde ella lo
único que hacía era estar poniendo y quitando leyes y poniendo más y más
huevos.
-
¡No
puede ser, estamos hartas de que nosotras estemos trabajando y tú sentada haciendo…
nada!
-
¿Quién,
yo? Creo que os estáis equivocando de hormiga.
-
¡Sí
tú!
- Sin
mí se extinguiría el hormiguero y desaparecería del mapa.
Las hormigas
cabizbajas y deprimidas recogieron sus pancartas y volvieron al trabajo.
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